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Triplex by White de 1928. A por las 200 millas por hora
Publicado el  20/05/2015
¿Valientes o majaderos? En los años 20, los récord de velocidad estaban a la orden del día y el 'Triplex by White', fue uno de sus protagonistas a finales de la década.

 
Los comienzos del automóvil están marcados por aventureros, gente sin miedo ni medios, pero con ilusión y muchas ideas, además de ganas por crear máquinas de infarto. Todo lo contrario de lo que tenemos actualmente, donde los medios sobran pero el medio domina y las ideas escasean, estando las ganas enfocadas hacia la rentabilidad extrema. No les culpo, una empresa se crea para ganar dinero, ni más ni menos, pero un poquito de pasión en lo que se hace nunca está de más. 
 
El caso es que antes, ciertas acometidas suponían quizá, demasiados riesgos. Tal vez esa falta de miedo les impedía ver que la idea que se les acababa de ocurrir era un tanto peregrina y entrañaba un peligro que probablemente, no debería haberse tomado o ni siquiera, planteado. No era raro que en cualquier competición hubiera fallecidos en accidentes, algo que hoy es totalmente inadmisible y desde luego, imperdonable. Pero había algo que resultaba especialmente comprometido: los récords de velocidad. 
 
Hubo una época, allá por finales de la década de los 20, que los récords de velocidad se multiplicaron exponencialmente. Fue como una mala plaga que se extendió rápidamente y sin nada que pudiera pararlo. Especialmente en tierras británicas, donde había dos pilotos, Campbell y Seagrave, que se quitaban los récords el uno al otro con apenas unos meses de diferencia. Un toma y daca continuo por ser el tipo más rápido del planeta, algo que parece ser, tocó la fibra de un estadounidense, siempre tan pendientes de estar entre 'los más' del mundo. Se llamaba Jim White y era un adinerado empresario de Philadelphia que quiso entrar en el club de los tíos más rápidos. Bueno, la verdad es que quería arrebatarles a los británicos el récord de velocidad y llevarse a tierras yankees.
 
 
Pero claro, estamos en los años 20, la aerodinámica se usaba en los aviones y además, 'a ojo', llegando a los coches muchos años después y lo único que se les ocurría a las gentes de esa década era la fuerza bruta, que había demostrado en anteriores ocasiones funcionar. Así pues, el señor 'Blanco' (white en inglés es blanco), ideó un artefacto que tenía como base el chasis de un camión comercial y tres motores procedentes de los excedentes de la Primera Guerra mundial. Pero no eran motores convencionales, eran tres motores de avión con 12 cilindros en línea 'Liberty L-12' que producían una potencia estimada de 500 CV. No hay que ser ingeniero para saber que '500 x 3' son 1.500. Era un vehículo de cuatro ruedas, por lo que podríamos considerarlo un coche, una sola plaza, 5, 85 metros de largo y nada menos que unos 4.000 kg de peso. Recibió el nombre de 'Triplex by White', aunque se le conocía como 'White Triplex'. 
 
Los motores estaban montados de una forma un tanto llamativa. Eran motores de avión y eran enormes. Los tres juntos sumaban 81.000 centímetros cúbicos aproximadamente y uno de los motores se montaba en el frente y los otros dos, atrás, estando el piloto en el centro, entre los tres motores. La transmisión era directa, había que arrancar a empujón y solo existía una manera de volver a parar los motores: cortar el flujo de combustible. Para detener esta monstruosidad, unos básicos frenos de tambor en el eje trasero.
 
Solo había una norma para poder participar y era, que el coche debía poder circular marcha atrás. El Triplex no tenía transmisión como hemos dicho, así que tampoco marcha atrás. Tuvieron que ingeniárselas y primero probaron con un motor eléctrico, algo que hoy seguramente hubiera sido insuficiente con esos motores así que entonces, no fue diferente. White se vio obligado entonces a pensar en otro método y desarrolló un eje adicional acoplado mediante una transmisión secundaria. Era totalmente improvisado, nunca se demostró su funcionamiento y además, tampoco se montó el día que se intento batir el récord, pero los jueces lo dieron por bueno. 
 
 
White contrató al piloto Ray Keech, quien ya tenía experiencia en otros intentos de récord y además, en diversas competiciones con un gran palmares. Éste, se puso a los mandos del Triplex el 28 de abril de 1928 y realizó dos recorridos de pruebas. Lo que viene a continuación no es ninguna broma, aunque tampoco es nada raro que ocurrieran estas cosas por lo que digamos que venía con el oficio. En la primera prueba, Keech terminó medio cocido porque se soltó uno de los manguitos del radiador, provocando una rociada de agua hirviendo al piloto. En la segunda pasada, varias llamaradas provenientes del motor delantero le produjeron quemaduras en la cara y en los brazos. 
 
La tercera pasada ya era la definitiva, la que contaba para el récord de velocidad y sí, consiguió batirlo pues alcanzó las 207,55 millas por hora, siendo el récord a batir superar las 200 millas por hora. Supone rodar a 334 km/h en un coche sin frenos, sin cinturones de seguridad y que además, te puede escaldar vivo o achicharrarte a base de llamaradas. Aquella gente estaba totalmente sonada. Pero el amigo Keech escarmentó. El récord no aguantó ni siquiera un año, siendo batido en 1929 por Henry Seagrave al superar los 23o millas por hora, unos 370 km/h. Evidentemente, White volvió  llamarle para que se pusiera a los mandos del Triplex y Keech dijo que no, no volvería a conducir esa máquina infernal, así que tuvieron que recurrir a otro piloto.
 
Éste fue Lee Bible, un total desconocido propietario de un taller y con una escasa experiencia en ovales de tierra. No obstante, para el pobre Lee era una oportunidad de oro ya que podía suponer entrar en el olimpo de los más rápidos del mundo y así, aprovechar el tirón para su carrera deportiva y su taller. Pero seguro que ya os imagináis que no fue así. El recorrido para el récord tenía que ser de ida y vuelta, como se hace actualmente, no logrando pasar de las 186 millas en la primera pasada y logrando 202 millas por hora en la segunda. 
 
 
Al cruzar la meta algo debió de pasarle a Bible por la cabeza, quizá miedo, quizá le ocurrió algo como a Keech y sufrió alguna herida, pero el caso es que el coche perdió el control y se hacia unas dunas dando vueltas de campana. La seguridad de los años 20 no es la misma que tenemos ahora así que podéis imaginar como acabó el pobre Lee. En teoría murió en el acto, algo normal cuando ruedas a 325 km/h y ni siquiera llevas un casco que merezca ese nombre o un cinturón de seguridad que te sujete al asiento...
 
Javi Martín
 
 
 
 
 
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